Etiquetas: Misterio, Suspense
Aquella música se clavaba en sus oídos y se grababa en sus nervios como cuando se cortaba para garabatear nombres sobre su piel. Las notas eran alegres, rápidas, pero siniestras y tocadas con cierto descompás.
No sabía de dónde salía esa melodía que se reproducía sin descanso. Nadie le había dicho que un carnaval llegaba al pueblo. No había visto ni un solo cartel hortera que lo anunciase. Pero no podía preguntarle a algún vecino porque las calles estaban desiertas esa tarde.
A pesar de todo, se decidió a seguir el sonido. Sus pasos la condujeron debajo del puente, en el río que, como cada invierno, estaba seco. Allí, las atracciones funcionaban. Sus luces eran apagadas y sus movimientos oxidados. Sus voces chirriaban como si tratasen de pedir ayuda.
No había nadie para cobrarle la entrada. Nadie preparaba algodón de azúcar, pero la máquina giraba sin descanso.
Unas voces que parecían provenir de una de las atracciones llamaron su atención. Repetían la misma frase, una y otra vez. Un suave susurro que erizaba los pelos de su piel. Cuando más se acercaba, más se elevaban las voces.
«She’s missing, she’s lost. Go save her in the hell hole»
(Está desaparecida, está perdida. Ve a salvarla al agujero infernal)
The hell hole era una fachada que parecía sacada de una película de horror. No era por su aspecto decrépito ni la pintura, tampoco aquellos círculos hipnóticos que se movían con rapidez, ni los vagones que habían perdido todo su color. Ni siquiera ese cartel que advertía de un peligro atroz. Lo que la aterraba era esa enorme cara deforme que movía sus ojos de un lado a otro. Ese rostro parecía sacado de sus peores pesadillas. La enorme sonrisa parecía antinatural, las mejillas consumidas y las enormes ojeras que enmarcaban su inquietante mirada.
«She’s missing, she’s lost. Go save her in the hell hole»
(Está desaparecida, está perdida. Ve a salvarla al agujero infernal)
Al subir los metálicos escalones, se encontró con que el suelo estaba cubierto de carteles de «se busca». Hacía unas semanas que nadie sabía de ella, de esa chica callada que se sentaba en última fila. ¿Y si estaba allí? ¿Y si podía salvarla y quedarse con la recompensa? Sonaba tentador. Muy tentador.
Se montó en uno de los vagones y bajó la barra de seguridad. Se aferró tanto a su cintura que pensó que le iba a cortar la circulación de la sangre.
Para su sorpresa, la atracción se puso en marcha. La música empezó a sonar tan desacompasada y arrítmica como la que la había llevado hasta ese carnaval de los horrores El vagón se acercaba a la boca del túnel. Juró escuchar una risa que paralizó su sangre.
Desapareció tras la cortina rojiza. Los vagones seguían en movimiento, giraban alrededor del circuito, pero por más tiempo que pasaba, por más vueltas que daba, nadie volvió a salir de la atracción.
«They’re missing, they’re lost. They are trapped in the hell hole»
(Están desaparecidas, están perdidas. Están atrapadas en el agujero infernal)
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