Etiqueta: Sobrenatural, Terror.
El ser descendió del armario con lentitud. Desde la cama, sus garras parecían ser líquidas, su difuso cuerpo se derramaba por los bordes del mueble. Su sonrisa era afilada y de color tan puro que asustaba. Sus ojos inspeccionaron todo el lugar casi como lo haría un camaleón.
El chico se aferró aún más a las mantas que siempre habían sido sus fieles aliadas. Temblaba. No sabía cuántas veces les había repetido a sus padres que en su cuarto existían monstruos. Monstruos que le acechaban, esperaban el momento de mayor debilidad para atacar. Por eso nunca lloraba cuando se encerraba en su habitación. Aunque tuviera muchas ganas de hacerlo.
Pero aquella vez no había servido. Esta vez se le aparecía en mitad de una noche sin estrellas y sin luna. Se mordió el labio inferior para no chillar. Sus padres se enfadarían por haberles despertado. No podía permitirlo. No quería recibir más castigos.
El ser se detuvo en mitad de la habitación. Su figura parecía seguir moviéndose, dando vueltas sobre sí mismo. Él cerró los ojos durante solo unos segundos. No quería que le atacase. No quería sufrir.
—No temas.
La voz del monstruo era ronca, grave, con una extraña dualidad, como si dos personas hablasen a la vez, como si su interior tuviese eco. Lo miró, intentando descifrar sus palabras. El ser ensanchó su puntiaguda sonrisa un poco más. No avanzó, se quedó flotando sobre el mismo lugar.
—He venido a ayudarte.
El niño siguió sin responder. No podía. Sus cuerdas vocales estaban adormecidas, temblaban. La garganta la notaba seca, pastosa. El ser pareció darse cuenta del estado emocional del chico. Se irguió y sacudió su cuerpo. Poco a poco la masa oscura se fue plegando y tomando forma hasta que se convirtió en un hombre. Un hombre que poseía una extraña belleza. Sus ojos eran negros y parecían infinitos. Un mechón cubría su lado izquierdo. La melena se movía de un lado a otro con cada leve gesto que su rostro realizaba. Su sonrisa ya no mostraba sus dientes, sin embargo, estaba algo ladeada. Llevaba un traje ajustado y una pajarita que destacaba por reflejar la luz con sus escasas lentejuelas.
—No temas, Charlie —repitió, acercándose un poco más. Su voz había cambiado. Ahora solo se trataba de una suave y grave melodía—. Solo quiero ayudarte.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, algo más confiado con la nueva apariencia del monstruo.
—Lo sé todo sobre ti. Tus gustos, tus deseos, tus… miedos.
Aquella última palabra casi la susurró. Se había arrodillado ante su cama. Un monstruo colocándose a su misma altura, sin pedirlo, sin seguir mirándole por encima del hombro. Un monstruo que sabía que no eran tan diferentes.
El niño se destapó y se atrevió a sostener la mirada, intentando averiguar si le estaba mintiendo como los otros adultos hacían.
El ser agarró su muñeca izquierda con extrema delicadeza. Arremangó el pijama azul de ositos. Al principio, Charlie se revolvió, pero sus intentos se paralizaron al ver que solo quería acariciar las marcas con sus largas y puntiagudas uñas.
—Sé lo que está pasando. Sé lo que te están haciendo.
El cuerpo del chico tembló. Que alguien supiera su secreto le aterraba. Lo que le daba más miedo eran las consecuencias que eso podía acarrear. Sus padres se enfadarían. Se enfadarían mucho.
—No quiero —dijo deshaciéndose del agarre del ser. No quería ni imaginar lo que los ojos del monstruo le decían a gritos. En ellos guardaban esos sentimientos que tan poco le gustaban.
—Puedo terminar con todo esto —le aseguró. Le sorprendió con la calma que se lo dijo, sin reproches ni segundas intenciones─. Puedo hacer que todo desaparezca. Solo tienes que desearlo y yo lo haré.
Las lágrimas escaparon de sus ojos casi sin quererlo. Imaginar una realidad sin más dolor ni sufrimiento…
—Solo tienes que decir que sí, Charlie. Acepta mi propuesta y viviremos la mejor de nuestras vidas. —Hizo una pausa que al chico se le antojó eterna. El monstruo se relamió los labios antes de volver a hablar—. Nadie tendrá por qué saberlo, creerán que fue un accidente.
No supo por qué, pero esa afirmación le tranquilizó demasiado. Notaba cómo su corazón temblaba por lo que su mente le decía. Había tomado una decisión. No sabía si era la adecuada o no, pero iba a hacerlo. Iba a darle una respuesta al ser que tenía delante.
Asintió con la cabeza para aceptar su trato.
—Tienes que decirlo en voz alta. Tienes que decir que, a partir de ahora, nuestras almas estarán atadas, que yo te serviré ahora y tú me servirás después. Solo tienes que decir que te quieres convertir en mi dueño.
—Acepto. Acepto ser tu dueño.
Los labios del monstruo se encontraron con los suyos. De esa forma se sellaba el trato que acababan de hacer. El pequeño Charlie sintió que algo en su interior cambiaba, que un remolino crecía y desechaba todo lo inútil que habitaba en su interior. No más inocencia. No más timidez. Ahora tenía ganas de gritar, de enfadarse, de hacerse de notar. Parecía que con aquel pacto, la zona de grises desaparecía y todo se convertía en blanco o negro, bueno o malo.
El monstruo le sonrió y fue desapareciendo poco a poco de su campo de visión. Una nube negra le envolvió hasta que acabó por dejar de estar junto a él. Sin embargo, su voz resonó en su mente.
«Quédate aquí hasta que todo pase».
Los segundos se hicieron como horas en aquel aterrador silencio de la noche. Pero fue destronado por el grito de una ventana rompiéndose. Oyó las voces de sus padres. Oyó las palabras de auxilio y no se movió ni un milímetro. Ni siquiera pestañeó.
Se estaba haciendo justicia. Esa horrible etapa estaba llegando a su fin. Un final ácido, pero agradable. Como una sopa bañada en limón. Charlie notó cómo la calma volvía a reinar la casa.
Decidió salir de su habitación y cruzar el pasillo a oscuras. La luz de la televisión era su única guía y hacía que las paredes resplandecieran de los diferentes colores que mostraba. Las voces de los presentadores llegaban a sus oídos, pero no llegaba a entender lo que decían. En el suelo un río de sangre buscaba un destino incierto.
Charlie dejó que la sangre manchase sus pies descalzos. La imagen que presenció sus ojos no le sorprendió, no le asustó y ni siquiera pudo echarse a temblar. Solo vio una silueta saltar por la ventana antes de que su monstruo hiciera acto de presencia. Su boca estaba manchada de sangre, pero no le asustaba como lo había hecho en un principio.
Ya no habría más miedos en su vida.
—Volveré a por ti cuando los demás descubran lo que ha pasado. Podrás quedarte en esta casa, conmigo. Vamos —le agarró la mano y lo acompañó lejos de los cadáveres de las personas que una vez había llamado padres—. Es hora de que vuelvas a dormir.
Su nuevo amigo le llevó hasta la cama, le limpió los pies y el pijama. Lo arropó y dejó un suave beso sobre su frente. Podría parecer a primera vista un demonio, pero a Charlie se le antojó más a la visión de un ángel. ¿A caso no lo era? ¿Un ángel caído? No podía esperar a pasar el resto de su eternidad junto a ese monstruo que había visitado su habitación. Un monstruo que había demostrado ser mucho más humano que algunas personas.