El hilo dorado

Etiquetas: Fantasía, Romance, Sobrenatural

─¿Por qué tienes tanto miedo? Ya estás muerta. ─Escuché que me decía uno de mis compañeros.

Era cierto, ya no había nada que temer, ya no había marcha atrás. Mis actos habían sido los únicos que me habían conducido a la muerte y, sin embargo, seguía temblando a cada paso que daba, alejándome de la realidad, de los vivos.

Habíamos luchado, con tesón, en nombre de la libertad, intentando acabar con todos los opresores que pretendían callarnos las bocas. Habíamos hecho un gran trabajo pero la guerra no había acabado. Estábamos demasiado lejos de la victoria y yo no iba a volver para ver ese nuevo mundo que nos prometimos.

─No te salgas de la fila ─me comentó de nuevo, intentando que me centrara en lo importante.

─¿La aceptas sin más? ¿Aceptas la muerte sin siquiera resistirte un poco? ─No lo entendía. Todos parecían estar tranquilos, seguros en el camino por donde avanzábamos.

─Me siento… en paz. Sé que hice todo lo que pude.

Lancé un rápido vistazo hacia atrás. Éramos muchos, más de lo que me esperaba. Nos habían tomado por sorpresa en la barricada cuando se había declarado un alto al fuego para recoger a nuestros respectivos muertos.

Con ese simple gesto ya se definía bastante bien a nuestros enemigos; unos cobardes que atacaban por la espalda mientras te sonreían a la cara. 

Volví la vista al frente y me quedé contemplando la oscuridad del lago al que nos acercábamos. Estábamos en una especie de cueva. Las aguas eran tranquilas y parecía que no había vida en su interior. Al estar cerca de ellas me agaché y estiré la mano para tocar esa embriagadora negrura.

─No os atreváis a tocar el agua si no queréis sufrir un destino atroz.

Aparté rápidamente mi brazo y me incorporé de un solo salto. Ante nosotros había una figura encapuchada. La piel de sus manos era blanquecina y parecía que apenas tuviera carne; era todo huesos.

─Deben seguir por este camino ─señaló un pasadizo que estaba justo enfrente de nosotros─ para llegar a las barcas.

Todos los demás le hicieron caso pero mis pies fueron incapaces de moverse. Cada vez estaba más cerca de despedirme de todo lo que conocía y no iba a dejarlo escapar.

La figura se acercó lentamente a mí mientras mis compañeros se alejaban, charlando animadamente entre ellos, como si se tratase de una simple excursión para explorar…

─¿Por qué siento vuestro miedo? Estáis muerta.

Las mismas palabras que me había dedicado mi compañero. Seguía sin poder responder. Si lo decía en voz alta se hacía real y me negaba a creerlo siquiera. ¿Cómo había sido tan estúpida de dejarme matar de esa manera? Había gente a la que tenía que proteger y yo me había lanzado a la muerte como si la estuviese buscando.

─¿Qué va a pasar con los que dejamos atrás?

─Ah…

Pareció que comprendió mi tormento. Se puso de cuclillas frente al lago y, con su dedo corazón, tocó la superficie.  Me sorprendí al ver que el agua empezaba a emitir una extraña y cálida luz. Pronto mostró una imagen: su rostro. Seguía luchando aunque aún tenía lágrimas en los ojos. Luchaba como nunca antes había visto, luchaba de una manera irracional, dejando lo que decía su cerebro a un lado. Y nunca había sido así.

─Está en peligro. ─Fue lo único que pude decir. Ganaran o perdieran, solo le esperaba un horrible destino─. No puedo irme, tengo que estar a su lado.

─Es un camino sin retorno lo que proponéis.

Me quedé unos segundos en silencio, asimilando sus palabras. Eso quería decir que había una posibilidad de estar a su lado, que aún había esperanza.

─Estoy dispuesta a emprenderlo ─le dije, levantándome. Nunca había estado más segura de algo en mi vida.

─Renunciaréis al descanso, a la paz… No podréis volver jamás aquí.

Mi cuerpo tembló por completo. Iba a renunciar a todo por tan solo una persona. Pero no era cualquiera. Temía más dejar todo atrás, dejar que corriera en solitario su propia suerte antes que a una eternidad encerrada en el mundo terrenal.

No hizo falta que dijera más. La figura encapuchada asintió con la cabeza y me tocó la espalda para empujarme levemente hacia el lago.

─¿Qué va a pasar con los que dejamos atrás?

─Ah…

Pareció que comprendió mi tormento. Se puso de cuclillas frente al lago y, con su dedo corazón, tocó la superficie.  Me sorprendí al ver que el agua empezaba a emitir una extraña y cálida luz. Pronto mostró una imagen: su rostro. Seguía luchando aunque aún tenía lágrimas en los ojos. Luchaba como nunca antes había visto, luchaba de una manera irracional, dejando lo que decía su cerebro a un lado. Y nunca había sido así.

─Está en peligro. ─Fue lo único que pude decir. Ganaran o perdieran, solo le esperaba un horrible destino─. No puedo irme, tengo que estar a su lado.

─Es un camino sin retorno lo que proponéis.

Me quedé unos segundos en silencio, asimilando sus palabras. Eso quería decir que había una posibilidad de estar a su lado, que aún había esperanza.

─Estoy dispuesta a emprenderlo ─le dije, levantándome. Nunca había estado más segura de algo en mi vida.

─Renunciaréis al descanso, a la paz… No podréis volver jamás aquí.

Mi cuerpo tembló por completo. Iba a renunciar a todo por tan solo una persona. Pero no era cualquiera. Temía más dejar todo atrás, dejar que corriera en solitario su propia suerte antes que a una eternidad encerrada en el mundo terrenal.

No hizo falta que dijera más. La figura encapuchada asintió con la cabeza y me tocó la espalda para empujarme levemente hacia el lago.

─Solo tenéis que beber de estas aguas ─dijo. De su mano vacía apareció un hermoso cáliz de plata el cual parecía había perdido su brillo hacía mucho tiempo. Lo rellenó sumergiéndolo en el lago y me lo ofreció─. Y después nadar hasta las cataratas.

Le arrebaté la copa con ansias y me bebí todo el contenido. Si seguía dudando, acabaría por ser una cobarde más y volvería con mis compañeros hacia una vida llena de calma. Odiaba la tranquilidad. Siempre lo había hecho.

─El lago está lleno de obstáculos y recordad que no tiene billete de retorno.

No hacía falta que me advirtiera. Estaba dispuesta a lanzarme. Y lo hice. Sin pensar más, sin divagar en mis otras opciones. Me tiré a las frías aguas y empecé a nadar.

No avancé demasiado cuando unas figuras de un verde transparente aparecieron para acompañarme. Tenían forma humana pero estaban demasiado demacradas. Comenzaron a tirarme de la ropa, intentando que me hundiera, intentando ahogarme y llevarme lejos de mi objetivo. 

Me gritaban en un idioma que no podía interpretar, eran voces estridentes que dañaban mis oídos y me dejaba sin escuchar durante unos segundos. En más de una ocasión perdí el rumbo pero poco a poco, el murmullo del agua cayendo iba en aumento. Pronto pude vislumbrar un arco que anunciaba el final de mi camino. Una frase enmarcaba la caída a la que me enfrentaba:

Nunca más volverás a vivir

Los espectros marinos dejaron de tirar de mí en cuanto vieron que estaba demasiado cerca del abismo. Se marcharon dejando soltar un alarido que logró helarme el aliento (si es que todavía conservaba aquello).

No pude recordar si la caída dolió o fue larga. Lo único que supe fue que me desperté en mitad del campo de batalla. Todos parecían haber desaparecido. Había cuerpos sin vida tirados por el suelo, en posturas grotescas y manchados de sangre propia o de sus enemigos. Ninguno de ellos había salido victorioso aquella vez.

Caminé en silencio, buscando a esa persona que me había enseñado el agua. No fue demasiado difícil pues fueron mis propios pies, casi sin que yo los controlase, los que me llevaron a su lado. Parecía que había andado miles de kilómetros pero solo habían pasado un par de segundos.

Me arrodillé junto a ella. Estaba herida pero aún respiraba. Traté de tocar su rostro pero me fue imposible, lo atravesé como si no existiera. Me entraron ganas de llorar. Este era el precio que tenía que pagar a cambio de poder velar por ella.

Supe que lo mejor era buscar ayuda y, gracias a mi nueva visión del mundo, supe que alguien estaba cerca. Lo busqué y traté de llamar su atención. Muchos creerían que lo que guio a ese hombre hacia ella fue una intuición, suerte o destino. Pero lo cierto era que había sido yo, yo le había llamado para que acudiera en su rescate.

El hombre era bueno y la socorrió al ver que estaba viva. Entre la angustia de no poder hacer nada y de esperar a que se recuperase, pude ver que, alrededor de su dedo corazón, había un hilo de color dorado cuyo extremo no estaba enganchado a nada. Supe lo que tenía que hacer. De esa forma sabía que estaba atada a ella, de una manera u otra.

Me agaché para coger el hilo y lo até también alrededor de mi propio dedo. Besé la cuerda, como si fuese la única manera de transmitirle mi presencia. Vi que ella lograba esbozar una pequeña sonrisa en su rostro.

─Estaré aquí ─le susurré aunque sabía que era imposible que me escuchase─. Pase lo que pase. Me veas o no. Siempre estaré a tu lado.

27 comentarios en “El hilo dorado”

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